lunes, 23 de abril de 2012

El RÌO


El río
Durante años, el río corría apáticamente entre las extensas praderas. Pero aquella mañana era distinta, los cantos de los pájaros lo hicieron pensar ¿Qué habría más allá? Esperó pacientemente que una de las aves se acercara a beber de sus frescas aguas, una bandada de grises cotorras pasó por encima de él con un enorme bullicio, podía preguntarles como era todo fuera del cauce, pero la altura a la que volaban lo asustó un poco.
Un Martín Pescador se lanzó desde la copa de un árbol, no había notado su presencia, sus plumas blancas no se hacían notar demasiado entre los árboles de la costa. Sería una buena idea preguntarle a este pájaro, él debía conocer muy bien todas las colinas. Pero cuando quiso acordar, el hábil pescador hundió su pico como un rayo en sus aguas para emprender el vuelo con el escamoso tesoro en su pico.
Quizá nunca lo sabré, suspiró el río. El Benteveo, oyó el suspiro del río y se acercó para enterarse de lo que sucedía. El anciano río le contó que nada conocía, más allá de su cauce, y que su sueño era saber como era la pradera más allá. El pájaro mojó sus plumas negras en el río, lanzó un grito, que sonó como un llamado en el monte. Al rato una bandada de pájaros blancos grises y negros llegaron a la orilla del río para que el Benteveo les narrara la historia. El chajá se apresuró a dar una explicación que sonó muy razonable pero nada convincente. – ¡Vaya – comentó – parece que el río se ha vuelto loco! Nosotros, los pájaros conocemos el mundo porque tenemos alas, ¡Podemos volar! Pero tú no tienes alas ¡Jamás lo lograrás! – y se marchó dando gritos.
Los demás pájaros trataron de consolar al río, pero parecía que el chajá tenía razón.
Atardeció en el monte.
Aquella mañana, el río despertó inquieto. Comenzó a agitarse con fuerza ente las rocas, haciendo mucha más espuma que de costumbre, una espuma blanca y sólida que se agitaba vivazmente. Que se elevaba en el aire como olas de mar. Al río le brotaron alas, comenzó a agitarlas, primero con delicadeza y luego con fuerza, hasta que consiguió elevarse de su cauce.
Aquel espectáculo era increíble, el río se elevó por sobre su curso y comenzó a volar. Desde el cielo, como una nube líquida, pudo ver la pradera que había más allá del monte, sobrevoló los cerros, vio árboles y colinas. Una enorme bandada de pájaros lo acompañó en su aventura, como si a la alegría del sueño cumplido, necesitara de una banda de sonido más apropiada.
En su agitación, algunas gotas se desprendieron del río, al ser atravesadas por el sol, abrieron el hermoso abanico de colores. El amarillo fue a teñir al benteveo, el verde a las cotorras, el rosa a los flamencos, el rojo a los alegres churrinches, el marrón al trabajador hornero, los cardenales luego de una discusión recibieron copetes rojos azules y amarillos.
Al caer la tarde, las alas comenzaron a cansarse y el río volvió a su cauce, se acostó mansamente sobre su cama de piedra y nunca más volvió a volar.
Nunca más se vio un rió que volara. Sin embargo, si oímos bien el canto de los pájaros, escucharemos que aún recuerdan aquel día en que el río Uruguay tuvo alas y salió a pintar pájaros

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