El
colado
Era
capaz de colarse a cualquier sitio, sin que lo invitaran. Era una
habilidad que tenía desde muy chico, solía colarse en los
cumpleaños infantiles, en las clases de piano, inclusive, siendo
alumno de la mañana, iba a la escuela para evitar las aburridas
tardes lluviosas.
En
su adolescencia se colaba en cuanto cumpleaños de 15 se hacía en el
club, confitería o salón. Sus amigas nunca lo invitaban porque
prefería el desafío de colarse a la simpleza de ir con la tarjeta.
Durante
su juventud comenzó a asistir a espectáculos públicos, siempre
como colado. Supo colarse, según afirmaban testigos muy confiables,
a la cámara de senadores y, para pasar inadvertido, levantó la mano
cuando se votaba una controvertida ley que salió por 17 votos a 15
y que llamó la atención del editor de Diario Oficial que pensó “me
sobra un senador”
Cuando
el Comandante Fidel Castro visitó Uruguay en los años `60 se coló
en el Paraninfo, pero como la entrada era libre, se instaló en la
mismísima mesa, rodeado de altas autoridades de la revolución
cubana. Los agentes de seguridad cubanos lo creían dirigente del
Partido uruguayo y viceversa, así que, en cuanto pudo, se escurrió
hacia la calle.
Un
día, en la mesa del boliche, donde algunos parroquianos le pagaban
algunas copas para que contara como se había colado a la Base
antártica, le hicieron la siguiente apuesta.
-Me
juego quinientos pesos a que hay un lugar donde no puede colarse –
dijo uno en tono desafiante.
-Ya
los tengo en el bolsillo- dijo tras un breve silencio- no hay lugar
donde no pueda entrar.
El
desafiante, sin decir nada, le pasó un papelito con una dirección.
Al recibirla, su rostro empalideció. Tragó saliva y le extendió la
mano.
Durante
semanas, pasó frente a la casa funeraria, pero nadie había muerto
en aquel pueblo. Pacientemente esperó, hasta que vio un funcionario
armando el cartel con las frías letras blancas de plástico.
Esperó
que se hiciera la tarde y fue preparando el plan, no podía entrar
por la puerta principal porque había demasiada gente conocida. Optó
por meterse por una puerta lateral, por las que entran los ataúdes,
mientras pensaba en que gastar aquel billete de quinientos.
Una
vez que entró a la sala, sin que nadie lo viera, se acercó al
ataúd, con una curiosidad casi morbosa, a ver quien era el
fallecido. Su sorpresa fue enorme cuando vio que era él mismo. Quiso
gritar pero no pudo, trató de hablar pero nadie lo veía.
No
se desesperó, tan sólo pensó que había logrado algo imposible, se
había colado en su propio funeral.
Se
fue sonriendo.
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