El usurpador
La presentación
terminaba. Velozmente, abandonó la cuerda de primos para arrojarse
por la breve escalera que lo llevaba bajo el escenario; raudo se
quitó el sombrero y el traje de colores cayó descuidada y
ligeramente al suelo; como un rayo se abalanzó sobre el disfraz para
comenzar el cuplé, pero, para su asombro, no estaba allí, y su
imagen no se reflejaba en el espejo.
La murga seguía
con su actuación. De pronto sintió el pie: “….este personaje
que les vamos a presentar”, sintió pavor de no estar en el lugar
donde el espectáculo lo necesitaba para continuar. Pero no pudo dar
un solo paso, estaba petrificado allí.
Desde atrás del
escenario pudo ver como alguien, llevando su disfraz, cantaba con
impecable corrección cada una de las líneas que él debía entonar.
Impávido se paró frente al escenario sin que nadie notara su
presencia entre el público y no tuvo más que disfrutar aquella
formidable actuación. Sólo un detalle, un pequeño detalle hacía
diferente aquel cuplé, el usurpador comenzaba todos sus gestos con
la mano contraria, indudablemente era zurdo.
Al terminar el
cuplé, algo lo hizo ir al improvisado vestuario, se paró frente al
espejo y, sin entender muy bien lo que pasaba, vio que aquel
usurpador esta cara a cara con él. Levantó el pulgar de su mano
derecha e insinuó una sonrisa de aprobación, mientras el inesperado
personaje devolvía el mismo gesto con su mano izquierda.
Dicen, algunos
viejos carnavaleros, que ciertas noches de febrero, bajo la luna
llena, en aquel tablado, el mismísimo dios Momo se encarna en el
incrédulo reflejo de algún cupletero, para participar nuevamente de
la bacanal
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